DEL EDITOR: El aguajero, el allantoso y el mareador: Ay los políticos de SDE!

Por el Dr. Luiggi José Fernández
Amiga mía, amigo mío… en la fauna política del municipio Santo Domingo Este, tres especies abundan, se multiplican y a veces se confunden entre sí: hablamos de el aguajero, el allantoso y el mareador. Tres plagas que, aunque distintas en matices, tienen en común el efecto devastador que dejan a su paso: desconfianza, frustración, ilusiones rotas y una sociedad que pierde cada vez más la fe en quienes deberían ser sus representantes. Hablar de ellos es como abrir el zoológico político y ver desfilar, uno por uno, a esos personajes que dominan con maña y labia la escena local.

El político aguajero es aquel que presume lo que no tiene y aparenta ser lo que nunca será. Lo conoces porque siempre llega rodeado de un aire de importancia desmedida: caravanas, música alta, guaguas ploteadas y un discurso que hace pensar que está a punto de resolver todos los males del municipio. Pero basta con mirar un poco más de cerca para descubrir que todo es humo. Sus “logros” son prestados, sus contactos inflados, y sus promesas se sostienen en un castillo de arena.

El aguajero político promete parques que nunca se construyen, empleos que nunca llegan y obras que se quedan varadas en un simple plano. Sin embargo, se vende como si ya todo estuviera hecho. Lo triste es que siempre encuentra oídos dispuestos, porque la necesidad de la gente abre las puertas a la credulidad. La comunidad que le cree termina envuelta en un espejismo: esperan una escuela, pero reciben un letrero; sueñan con un hospital, pero les entregan un solar vacío.

El riesgo que corre el político aguajero es claro: cuando se cae la careta, cuando la verdad golpea con fuerza, ya no hay vuelta atrás. La gente lo señala como un fantasma que vive del bulto, como un actor de comedia barata que solo sabe aparentar. La desgracia mayor recae en sus seguidores, quienes sufren una doble pérdida: la del tiempo malgastado y la de la confianza que no se recupera fácilmente. Cada promesa incumplida del aguajero se clava como una espina en la memoria colectiva.

Si el aguajero vive de la apariencia, el allantoso vive del espectáculo. Es un artista de la política, un comediante disfrazado de servidor público. Se caracteriza por el exceso: exceso de gestos, exceso de discursos encendidos, exceso de bulla. El allantoso es aquel que baila en tarima, que se toma selfies en cada esquina, que abraza ancianas frente a las cámaras y reparte sonrisas ensayadas como si fueran panfletos.

El allantoso necesita el público para sobrevivir, porque su alimento es la atención. En realidad, detrás de toda su parafernalia hay muy poco contenido. No sabe de gestión, no entiende de planificación, pero maneja como nadie el arte de entretener. Su mayor capital político es la pose, y en un municipio como Santo Domingo Este, lleno de carencias y sueños postergados, la pose se convierte en un anzuelo irresistible.

El riesgo del político allantoso es que su show tiene fecha de caducidad. El pueblo puede reírse una vez, puede emocionarse dos, pero llega el momento en que las butacas se vacían porque la gente descubre que todo era teatro. La desgracia para sus seguidores es la sensación de haber sido parte de un circo: reír, aplaudir y hasta llorar para luego quedar igual o peor que antes. El daño psicológico es profundo, porque la gente se siente usada, manipulada, reducida a simple audiencia de un espectáculo que nunca les trajo soluciones reales.

Hablemos ahora del mareador, experto en el engaño prolongado y el más peligroso de los tres animales políticos de SDE. El político mareador no necesita aparentar riqueza ni montar grandes shows, porque su especialidad es el tiempo. Marear es alargar, confundir, entretener con promesas vagas, dar la vuelta hasta que la gente se canse. El mareador sabe que la paciencia popular se desgasta y juega con esa debilidad.

Su discurso está lleno de frases como “eso está en proceso”, “lo estamos evaluando”, “la próxima semana arrancamos”. Siempre proyecta que algo grande está a punto de suceder, pero nunca llega. Es el político de la espera eterna, el que convierte cada gestión en un eterno mañana. La gente lo sigue escuchando, atrapada en un círculo vicioso de ilusiones postergadas.

El riesgo del mareador es enorme: tarde o temprano, la burbuja se revienta. Cuando el pueblo descubre que fue enredado una y otra vez, la furia no se limita al político, sino que se extiende al sistema entero. Es entonces cuando la desconfianza se generaliza y todos los políticos, incluso los pocos que quieren trabajar, cargan con la cruz de esa indignación.

La desgracia de los seguidores del mareador es quizás la más amarga. Viven con la ilusión de que algo está por resolverse y cuando se dan cuenta del engaño ya han perdido años de su vida esperando. Esa espera inútil provoca frustración, rabia contenida, depresión colectiva. La gente llega a sentirse culpable por haber creído tanto tiempo en alguien que solo jugaba con su fe.

Los tres (aguajero, allantoso y mareador) tienen un punto en común: el daño emocional que provocan en quienes confían en ellos. El dominicano, y en particular el de Santo Domingo Este, ha demostrado una capacidad inmensa de aguante, pero ese aguante tiene límites.

La desilusión repetida crea una herida profunda: la gente empieza a creer que no vale la pena participar, que la política es pura mentira, que nada va a cambiar.

Esa herida se traduce en apatía electoral, en cinismo social, en una ciudadanía que se desconecta de la vida pública. El daño psicológico no solo afecta al individuo, también al tejido social. Una comunidad frustrada se vuelve vulnerable a la manipulación, más fácil de controlar porque ya no cree en nada ni en nadie. Y esa es la verdadera tragedia: no solo el engaño puntual de un político, sino la siembra de la desesperanza colectiva.

El aguajero, el allantoso y el mareador tienen su ciclo. Al principio deslumbran, luego entretienen, después cansan y finalmente se derrumban. Más temprano que tarde, la gente abre los ojos. El aguajero se queda sin “cuarto” para aparentar, el allantoso sin público que lo aplauda, y el mareador sin excusas creíbles. Cuando eso ocurre, se produce el desahucio político: nadie los quiere, nadie los llama, nadie los recuerda.

Lo irónico es que, muchas veces, antes de caer en desgracia logran sembrar a un sustituto igual que ellos, repitiendo la rueda de la farsa. Pero el castigo social siempre llega, aunque tarde, porque no hay mascarada eterna ni mareo infinito.

Al final de cuentas, todo se reduce a una mesa con tres sombreros. El primero es para el aguajero: reluciente, caro en apariencia, pero hueco por dentro. El segundo es para el allantoso: lleno de lentejuelas, luces y colores, como un disfraz de carnaval que brilla pero no protege. Y el tercero, el más grande de todos, es para el mareador: ancho, pesado, diseñado para cubrir las largas vueltas y excusas con que juega con los sueños, esperanzas e ilusiones de quienes aún creen en él.

La advertencia es clara: el pueblo de Santo Domingo Este debe aprender a reconocer esos sombreros antes de que se los calcen de nuevo. Porque cada vez que un aguajero, un allantoso o un mareador se sube a la tarima política, lo que está en juego no es solo un voto: es la dignidad, la confianza y el futuro de una comunidad entera.

Al llegar a este punto, tú y yo tenemos un nombre y apellido que calza en los perfile de cada uno de estos tres animales de nuestra fauna política, pero por ética y delicadeza no diremos en público de quien o quienes estamos hablando.

Así las cosas, sobre la mesa dejamos los tres sombreros, a quienes le queden, que se los pongan!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *